* La Ignorancia No Es Eterna *

Qué bueno que la ignorancia no es perpetua.
Es realmente alentador saber que la ignorancia “Se cura”.
Uno siempre desconoce… Pero también tiene las herramientas para conocer.
Nacemos carentes de todo y con el tiempo empezamos a formarnos.
A vernos, a oírnos. A gustarnos.
A odiarnos y a vanagloriarnos.
A seguir a aquél. A repetir a éste. A inventar… A armar nuestros propios conceptos.

Aprendemos a vivir…

A experimentar, a conocer antes de enjuiciar.
A meter a todos en una misma bolsa o a tomarnos el trabajo de ver a uno por uno.
A caminar, a saltar, a correr… A escondernos.

Es tonta la idea de quedarse con una sola campana. Y aunque a veces preferimos ser tontos lo recomendable sería escuchar ambas campanadas.

Está bueno creer fervientemente en algo. Pero… Si me gusta y creo en Negro tengo que saber de qué se trata Blanco.
Y a veces necesitamos sumergirnos…
No quedarnos en la teoría.
Experimentar. Y ahí aprendemos el goce.

El placer de lo desconocido.
Lo temeroso de lo nuevo.
La adrenalina de la incertidumbre.
Aprendemos a zambullirnos.

Aprendemos a nadar en un mar de prejuicios armados por nosotros mismos pero con un solo fin. Conocer de qué se trata.

Necesitamos saber si estamos equivocados. No tenemos que tener miedo a estarlo.
Es preferible estar equivocado a no estar.
Es preferible que choquemos a ni siquiera haber echado a andar el carro.

Aprendemos que el dolor, es parte de todo.
Que el dolor es ese que nos impactó aquél día… Cuando nos despegaba de nuestro Universo.

El día que nacemos, sin duda es la prueba fehaciente de que el dolor es aquello que te queda impregnado. Y que… con él viene todo lo demás.

Ese momento, en el que sin darnos cuenta empezamos a hacer presión para salir de lo que hasta ahí, era nuestro mundo, es el momento más increíble y más doloroso.
Esa necesidad de llorar porque hasta nuestro aire cambió.
Y esa ignorancia sublime, que no importa a dónde nos deje, nos hace dormir…

Hasta que abrimos los ojos pidiendo teta.
Y desde ese momento, no dejamos de pedir nunca.
Y junto con nuestros pedidos, nuestros gustos. Y con nuestros gustos, nuestras posibilidades. Y con las posibilidades, la frustración. Y con la frustración la decepción. Y con la decepción la resignación. Y con la resignación la aceptación. Y con la aceptación nuestro pedido. Y así… La rueda ya no deja de girar.

Porque ya no soy sólo yo. Sos vos. Es él. Es ella. Somos todos.
Y la rueda se agiganta y encierra a la humanidad entera.
Y en paralelo crece también la batalla.

Y nos convertimos en guerreros.
Formamos grupos. Tenemos preferencias.
Enjuiciamos. Discriminamos.
Separamos. Catalogamos. Estructuramos.

Hasta que nos animamos a conocer.
Nos animamos a preguntar. A mirar. A tocar.

Nos bajamos de ese escalón imaginario al que nos subió nuestra familia, diciéndonos que éramos especiales y entendemos que… no existe tal cosa.
Conocemos que existen personas que crecieron sin eso y entonces… ¿Cómo es posible que tengamos los dos la oportunidad de ‘subir’?

Estamos parados todos sobre la misma superficie. A la misma altura. Pero no con las mismas posibilidades.

Y acá entra mi bronca… Mi eterno disgusto.

No es posible que gente que pueda llegar a esas herramientas siga eligiendo la ignorancia.
Siga prefiriendo lo desconocido y armado por ellos mismos a la realidad fáctica que se le posa sobre sus narices.

Porque no captan que existen personas sin esas posibilidades que encantarían por tener ese medio. Ese gusto. Ese placer de conocer un poco más.

Qué bueno es que la ignorancia no sea perpetua.

Qué lindo es poder conocer siempre un poquito más.

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